05 diciembre 2009

VACIO

Me pienso, me analizo, me sopeso; busco dentro y fuera de mí como si algo hubiera perdido. Anoche me dieron las muchas en el reloj dándole vueltas a mi vida que cada día parece menos mía de lo confusa que la encuentro. Vi los colores del amanecer filtrándose por la ventana entreabierta y el canto de las aves matutinas me encontró argumentándome a mí misma sobre asuntos que creía cancelados para siempre.
Me pienso, me analizo, me sopeso, pero nada encuentro. Ni una mísera solución que de guía a mi extrañeza, a mi profunda sensación de desamparo, de decepción, de vacío infinito.
El peso de la razón le quita levedad a la emoción, probablemente le impida fluir, pero yo quiero -necesito- saber el por qué desde que soy muy pequeña; quizás eso no cambió con el tiempo como todo lo demás.
Me busco, me analizo, me sopeso con ansias casi científicas, indago y rebujo por dentro y por fuera, sin hallar una sola pista de lo que falta en este vacío, de lo que se supone que esté dentro o fuera, de lo que debería encontrar, de lo que tendría que estar pero falta.

20 septiembre 2009

AMOR IMAGINARIO, CALLE BLANCA


Es fascinante la idea de tener un amor imaginario. Imaginarle caminando por una calle blanca mientras te imagina imaginándole. 

Es práctico tener un amor imaginario porque ofrece a la realidad ingredientes para preparar la felicidad, al planear un encuentro. 

Es dulce pensarse en la distancia mutuamente, imaginando cómo le imaginará el otro, mientras andan y desandan aquella imaginaria calle blanca.
 
Imaginar un encuentro imaginario en la blanca calle, donde siempre le imaginas imaginándote, es más real que el amor real; más simple, más sentido, más cálido que cualquier realidad, pero también más peligroso porque la realidad tiene límites, la imaginación no.

14 septiembre 2009

SEPIA


El preludio de la lluvia es de un gris profundo que va en crescendo y remata con gotas que caen del cielo.
Algunas veces en forma de tormenta, la lluvia viene acompañada de sonidos y luces, vientos y olores.
Voy de norte a sur en un bus, observando el crescendo, la furia, el gris convertido en agua, ruidos, luces y perfume de viento; la ciudad cambia, se apaga, se convierte en una animación en cámara lenta de color sepia.
Transcurre el trayecto hasta mi destino muy al sur, donde el gris no ha alcanzado más que para algunas gotas, y la vida parece transcurrir a pleno color.

07 septiembre 2009

LA INSOPORTABLE

Me pierdo en ensoñaciones buscando un universo paralelo, aquel donde la levedad de tu partida me alivie el peso de haberte perdido para siempre. ¿Pero es terrible el peso y maravillosa la levedad?...
No en un mundo donde no estás vos.

20 agosto 2009

HAY QUE SER REALMENTE IDIOTA PARA...


Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.


Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.
Julio Cortázar.

15 junio 2009

...TAL VEZ SOÑAR...

Se va mi vida en ensoñaciones y únicamente quiero dormir para soñar... Soñar con tus ojos que me miran dulcemente. Tu sonrisa cálida y sincera. Tu mano sobre la mía. La mía tocando tu rostro. Me invade tu presencia en los minutos previos a la vigilia, tanto que busco dilatarlos y hacer de ellos un lapso indefinido donde te quedas a mi lado contemplándome dormir, y yo estoy a tu lado, soñando que me contemplas.

11 mayo 2009

DIATRIBA DE AMOR A UN HOMBRE ATADO


Alguna vez te dije que el amor romántico no existe. Esa ilusión de sustancias químicas e impulsos eléctricos que genera el cerebro para garantizar la supervivencia de la especie es lo más vulgar y contradictorio. Por eso siempre he preferido el deseo al amor, lo considero más honesto, más directo, menos solapado, pleno de matices emotivos que recorren el cuerpo a través de los sentidos...

Es probable que ambos conceptos terminen fundiéndose el uno con el otro, aunque los hombres nos llevan ventaja en ese sentido. Las mujeres adolecemos de una tara cultural porque desde niñas nos bombardean con historias rosas de príncipes encantados y princesas descerebradas, que nos echan a perder para siempre; nos enseñan que la finalidad es el amor, y nosotras -Pobres incautas- nos lo creemos al pie de la letra, junto con los cuentos adicionales que trae consigo: Virtud, fidelidad, abnegación...

¡No me malinterpretes! nunca dije que fueran malas en sí mismas, es ese halo hipócrita que las rodea, en nombre del amor; es esa instrucción pre-fabricada por la cultura para que creamos tal mentira. Virtud, fidelidad, abnegación... ¿En serio?

¿Posees tú al menos una de ellas? ¿dos? ¿las tres?. ¿Puedes lanzar la piedra sin culpa? Es más, supongamos que posees las tres, sin tacha, sin dudas... Las han tenido contigo aquellos a quien amas o amabas? De ser así... ¡Te felicito! O te mientes muy bien a tí mismo, o te han sabido mentir muy bien ¡Bravo!

Joder hombre, ¡estás más pálido que la cal! ¿te ha puesto nervioso el cuchillo?.
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