20 febrero 2010

PROCESANDO PAPELETAS DE CONEJITOS AZULES EN EL LADO CLARO DE LA FUERZA


Mi hermano J. M. revisa la evidencia que la policía ha dejado debidamente sellada en su laboratorio, e inicia el "Protocolo para la evidencia relacionada con posibles estupefacientes". 

Toma uno de los sobres -sellado aún- y lo ubica sobre el escritorio, al lado de un papel milimetrado similar a una regla, y lo fotografía. Hace las anotaciones correspondientes en su computador, y procede a destapar el sobre. "Ésto tiene un olor tan fuerte y desagradable que me hace doler la cabeza, prepárate para percibirlo" dice con naturalidad. Con un bisturí de manualidades corta el borde del sobre y vacía el contenido encima del escritorio: 32 papeletas de supuesta sustancia ilegal, cada una impresa con un gracioso conejito azul. Las dispone ordenadamente sobre la superficie blanca y el papel milimetrado, y les hace una foto, luego las pesa y toma los apuntes respectivos en el computador.  

Con mucho cuidado vacía el contenido de las papeletas de conejitos azules sobre una hoja de papel; dentro de cada una había un polvo fino de un color indefinido entre amarillo, naranja y café, acompañado de un olor acre característico que me hace sentir asco en la boca del estómago. Le pregunto si cada papeleta hace una dosis, a lo que me responde que depende de cuán fuerte sea la adicción; procede a explicarme cuánto puede costar cada una y cómo suelen consumirla los adictos. Mi asco se incrementa un poco más.


Cuando termina de vaciar todas las papeletas toma una nueva foto -dejando dos de los papeles de conejito al lado de la sustancia y la regla de papel- lo pesa, fotografía y anota de nuevo en el computador.



Me pide que le alcance un recipiente de porcelana con tres concavidades simétricas donde vierte una pequeña cantidad de la sustancia. Me explica que los protocolos estipulan la determinación de sustancias por colorimetría; toma cuatro frascos cafés cada uno marcado con un nombre extraño para mí y vierte una gota de cada uno en las concavidades, recitando lo que determina cada líquido al modificar el color de la sustancia. "Ésta nos dice si contiene cocaína, ésta si es algún alcaloide, así que igual reaccionaría con café porque si no lo sabes, el café es un alcaloide" dice mirándome, orgulloso de todo lo que sabe, como suele hacer desde que somos niños. "Ésta detecta opiáceos" dice mientras vierte líquido sobre la última muestra de la concavidad. 


La primer concavidad se puso de un color ambarino, J.M. puso un pequeño trozo de papel tornasol -eso me lo explicó luego- para verificar el PH; la segunda muestra se tornó de un azul marino muy bonito, él le agregó una gota del cuarto frasco, aclarando que era HCL (acido clorhídrico) líquido que recompone químicamente la primer sustancia permitiendo ver las impurezas que quedan; comentó que este tipo de droga es un derivado -desecho- de la fabricación de pasta de coca y que generalmente lo mezclan con cualquier tipo de sustancia para "rendirlo" que incluso se sabía de casos donde le habían mezclado polvos raticidas. Me contó que algunos adictos mezclaban esta sustancia -excitadora del sistema nervioso- con otra característicamente depresora, a esa mezcla le llaman "Maduro" y que con algunas pastillas era el cocktail favorito de los sicarios, pues les dejaba inmunes a cualquier emoción, permitiéndoles cumplir con mayor eficacia su cometido criminal. 

Al recomponerse la sustancia queda algún precipitado azul insignificante, ante lo cual comenta que el polvo venía más bien puro, que algunas veces se pone negro al reaccionar con el HCL. La tercer muestra se queda igual. Mi hermano pone el polvillo restante en una bolsita que sella debidamente, lava el recipiente de porcelana, tira a la basura todos los empaques de conejitos azules, toma notas en su computador, imprime el informe, y pasamos a otro tema.
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