11 abril 2011

LA/EL QUE VUELA Y EL LADO OSCURO DEL CORAZÓN

 "...¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo!" 



La que vuela, el que vuela... Probablemente muchos vamos por la vida buscando ese ser aparentemente mitológico que vuela y tiene el poder de hacernos volar. Rogamos a los hados que exista y que logremos encontrarlo -Porque bien es sabido que la existencia de un algo no implica su encuentro fortuito, excepto si crees en el destino, pero ¿para qué arriesgarse?-
Andamos y desandamos caminos enteros, hablamos con conocidos y extraños intentando descifrar la naturaleza exacta del objeto de nuestra búsqueda, el ser humano que vuela y tiene la capacidad de hacerte volar, y que -yo les aseguro- en lugar de ser inexistente, se puede encontrar incluso varias veces en la vida. La verdadera proeza, que  poquísima gente logra, es seguir volando después de cierto tiempo juntos. Es algo que se me antoja ya no difícil, sino rayando en lo imposible.

Me imagino a Oliverio, por ejemplo, encontrando un día de estos a "la que vuela", y entre impecables y contundentes versos de Benedetti, Girondo y Gelman la hace volar y vuelan juntos por... ¿cuánto? ¿una semana?, ¿un mes?, ¿un año?, ¿siete años? y ¿luego qué? la rutina, el "aliento insecticida", la "nariz de campeonato de zanahorias" irá tomando importancia y llenando sus cuerpos de más peso cada vez, hasta que no puedan vencer la gravedad por sí mismos y terminen vencidos, con los pies bien plantados sobre la tierra.

Pero es eso lo bello de la poesía y los amores recientes, están llenos de perfecta levedad que permite volar y andar entre nubes, y es precisamente esa la adicción que adolescemos quienes buscamos al humano que vuela; supongo que volar es un vicio al que no estamos dispuestos a renunciar en nombre del peso de lo cotidiano.

04 abril 2011

HOGUERA


Imagen tomada de
Tus manos que abrazan y abrasan provocando el fuego interior, todo se quema sin consumirse, sin consumarse.
Me tocas casi despreocupadamente primero con la punta de tus dedos después con la mano entera.
Si fuera de madera podrías hacer una hoguera monumental, se incendiaría Roma de nuevo, se incendiaría el mundo entero.
Ahora te miro a los ojos, esos que dicen todo y nada dicen. La profundidad de todos los océanos, la oscuridad de todas las cavernas. Tus ojos que me hablan de deseos contenidos, de guerras inevitables, de marchas interminables, ascenciones imposibles y preludios de tormenta.
Me tocas también con ellos y es combustible lo que agregas al fuego.
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