11 marzo 2019

MENGUANTE


Observa la escena con curiosidad -¿Estoy soñando?-  Lleva dos días delirando, pero nadie lo ha notado. Sólo le calman las pastillas que ya no toma, y el cannabis que consume sin parar desde hace una semana. La mente se le voló de nuevo. -¿Es un sueño?- Toma la daga con cuidado, el reflejo de la luna menguante en la hoja le parece un designio. -¿Cuántas veces tendré que matar a Sara? Ya no recuerdo cuántas llevo. Ahora Sara está follando con un tipo en el pasto, pero ¿No era Sara de otra raza y otro tamaño? -Debo estar soñando.

Estábamos sentados sobre el pasto crecido. Me tenía aburrida su verborrea. Lo empujé al suelo con la mano libre. Me preguntó qué pasa, yo le sonreí y me acomodé encima de él, sonreí de nuevo y me acerqué a su cara. Él también sonrió. Me tomé unos momentos para mirarlo a los ojos, para tocarle el pelo tan suave, tan largo. Le acaricié la mejilla y lo besé con avidez. Él respondió con cautela al principio, luego se dejó llevar. Nos devoramos los rostros, casi fundimos los cuerpos, las ropas volaron lejos, los ríos del cuerpo fluyeron. Cerrados sus ojos escupió, succionó y lamió. Su boca sabía a menta y a cerveza, a sudor y sal. Jadeante batalla campal en medio del pasto crecido, saltando el uno sobre el otro, desgarrándonos de a pocos en una agonía agitada y sucia, llena de ganas contenidas, una bomba que explota de repente.

Estaba hablándole sobre la historia de las armas blancas cuando a Juliana se le metió algo adentro y comenzó a ponerse caliente. Comenzó a frotarse sobre mí y a besarme, y yo me dejé con gusto. Está buenísima y yo no iba a ser el idiota que le dijera que no. Me dejé llevar, ella se estaba encargando muy bien. Cerré los ojos para sentir más. Juliana hacía esos ruiditos sabrosos que me tenían en la luna. Cuando se desplomó pensé que se había venido y que estaba exhausta. Qué bonita era. Qué bien olía. Qué rico follaba. Cuando abrí los ojos estaba tumbada sobre mí. Detrás de ella había un tipo, mirando al cielo, como ido. Tenía en la mano la daga del siglo dieciocho que traje para presumir. Estaba todo ensangrentado, pero el tipo sólo miraba al cielo. Yo me asusté y removí a Juli, pero ella estaba muy quieta, entonces me di cuenta que no estaba sudando mucho como yo pensaba. Era sangre… ¡Lo que nos cubría era sangre!

Se acerca con cautela a la pareja, dejando que la luna menguante le guíe. Ellos no le han visto. Se introduce en la blanca piel como en mantequilla caliente, una, dos, tres veces. La chica comienza a gemir de otra forma, voltea su cabeza para mirarlo. No se parece a Sara, pero él no cae en el engaño. La acaricia de nuevo con la daga y ella cae con gracia sobre el cuerpo del amante, derrumbada sobre sudor y sangre, derrumbada por el último embeleso. -¿Estoy soñando?   

El tipo me miró y yo sabía que iba a atacarme también. Comencé a gritar desesperado por ayuda, a gritar para que se asustara y se fuera, a gritar por el miedo que me dominaba. Me dijo que me callara, que lo dejara oír algo, no sé si se concentraba en la música que se oía a lo lejos, o si había otra cosa que escuchar, yo sólo gritaba con lo que me daba la voz, entonces se desesperó y se me tiró encima con la daga. Yo estaba en piloto automático y me hice a un lado, pasando sobre el cuerpo ensangrentado de Juliana, él cayó de narices en el espacio que dejé, pero se giró con rapidez y yo me abalancé sobre él.

Siente el viento frío en la cara, pero su mente sigue confusa. Sara dejó otra vez el mundo y yace a unos metros pero todo sigue sin tener sentido. Mira la luna esperando una señal, intentando oír lo que el universo quiere de él, pero el amante de Sara comienza a gritar. Las voces del universo se aplacan. -¡Callate que no me dejás oír!- Pero el muchacho sigue gritando. Camina hacia él con el cuchillo en la mano y se le lanza encima.

Estaba cubierta de sangre y perdí el conocimiento por un rato. Cuando desperté todo era rojo y negro. Andrés se sostenía el abdomen y rosas negras le crecían entre los dedos. Me levanté sintiendo fuego en la espalda, tomé la daga del suelo cerca de sus pies ensangrentados y me acerqué al atacante, que vomitaba al inicio del bosquecito, agachado y recostado a una guadua. No tuve que empujarlo muy fuerte para que se cayera, quedando de cara a las estrellas. -Sara, ¿Sos vos? Me dijo. Me arrodillé cerca de su hombro, creo que estaba llorando. -Sara,  quiero irme a casa, no aguanto más. ¡No soy Sara!, le grité mientras le enterraba el cuchillo en la garganta una, dos y tres veces. ¡No soy Sara!

Desesperado porque no le dejaba escuchar las voces, se arroja sobre el amante de Sara con intención de callarlo. No entiende que tiene que quedarse callado, ¿Cómo hacerlo entender? Cae cerca porque él se giró de lado, y cuando lo iba a atacar, el cuchillo se quedó prendido de su estómago. Comienza a darse cuenta de la sangre alrededor y se siente enfermo. Se levanta y camina hacia los arbustos para vomitar, agachado, de espaldas al sangrerío. Todo está nublado, asqueroso, insoportable. Se gira y ahí está ella –Sara, Sarita, ¿Sos vos?

LA BOCA

Nos fuimos un día a hacer un recorrido turístico por Buenos Aires en un bus en el que podíamos bajarnos en diferentes puntos de interés. Mi esposo quiso tomar fotos en el Estadio del Boca –muy a mi pesar- porque la verdad no le veía la gracia. Íbamos con la advertencia de mi amigo David de que en ese barrio teníamos que ir con cuidado, así que probablemente yo iba prevenida y Manuel con su cámara, tomando fotos como si nada. Cuando estábamos en la parada esperando el siguiente bus, -era un paradero de otros buses municipales, entonces había mucha gente esperando, no sólo los del tour- nos abordó un señor de unos 60 años, tenía los ojos más azules que he visto, unos dientes con manchas cafés y estaba fumando. Comenzó a hablarnos en inglés sobre algo que yo no le alcancé a entender, hablaba muy rápido y con acento. Luego en español comenzó a repetir lo que venía diciendo, algo sobre George Lucas y su genialidad, totalmente descontextualizado y teniendo en cuenta que era un desconocido y nos hablaba con familiaridad, como si estuviéramos en medio de una conversación, a ambos nos pareció curioso, pero llegó un momento en el que yo comencé a sentirme rara, no sé si era la avalancha de palabras, la invasión del señor a mi espacio, la prevención que llevaba de estar en ese lugar –con cámara por fuera del bolso incluida- o si realmente pasaba algo extraño, de pronto todo comenzó perder peso, me sentí mareada, como hipnotizada, como que me iba… Y me fui casi corriendo al otro lado del paradero, dejé al señor hablando solo y Manuel se fue detrás a preguntarme qué me pasaba. Por supuesto le pareció extraña mi actitud y se asombró un poco por mi nerviosismo, el cual sentí un rato más. No sé adónde se fue el señor, creo que se subió a uno de los buses que pararon en ese lapso, pero fue bastante extraño porque de los dos yo suelo ser la confiada y la que disfruta hablando con extraños y locos.
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