Observa la escena con curiosidad -¿Estoy soñando?- Lleva dos días delirando, pero nadie lo ha
notado. Sólo le calman las pastillas que ya no toma, y el cannabis que consume
sin parar desde hace una semana. La mente se le voló de nuevo. -¿Es un sueño?-
Toma la daga con cuidado, el reflejo de la luna menguante en la hoja le parece
un designio. -¿Cuántas veces tendré que matar a Sara? Ya no recuerdo cuántas
llevo. Ahora Sara está follando con un tipo en el pasto, pero ¿No era Sara de
otra raza y otro tamaño? -Debo estar soñando.
Estábamos
sentados sobre el pasto crecido. Me tenía aburrida su verborrea. Lo empujé al
suelo con la mano libre. Me preguntó qué pasa, yo le sonreí y me acomodé encima
de él, sonreí de nuevo y me acerqué a su cara. Él también sonrió. Me tomé unos
momentos para mirarlo a los ojos, para tocarle el pelo tan suave, tan largo. Le
acaricié la mejilla y lo besé con avidez. Él respondió con cautela al
principio, luego se dejó llevar. Nos devoramos los rostros, casi fundimos los
cuerpos, las ropas volaron lejos, los ríos del cuerpo fluyeron. Cerrados sus
ojos escupió, succionó y lamió. Su boca sabía a menta y a cerveza, a sudor y
sal. Jadeante batalla campal en medio del pasto crecido, saltando el uno sobre
el otro, desgarrándonos de a pocos en una agonía agitada y sucia, llena de
ganas contenidas, una bomba que explota de repente.
Estaba hablándole sobre la historia de las armas
blancas cuando a Juliana se le metió algo adentro y comenzó a ponerse caliente.
Comenzó a frotarse sobre mí y a besarme, y yo me dejé con gusto. Está buenísima
y yo no iba a ser el idiota que le dijera que no. Me dejé llevar, ella se
estaba encargando muy bien. Cerré los ojos para sentir más. Juliana hacía esos
ruiditos sabrosos que me tenían en la luna. Cuando se desplomó pensé que se
había venido y que estaba exhausta. Qué bonita era. Qué bien olía. Qué rico follaba.
Cuando abrí los ojos estaba tumbada sobre mí. Detrás de ella había un tipo,
mirando al cielo, como ido. Tenía en la mano la daga del siglo dieciocho que
traje para presumir. Estaba todo ensangrentado, pero el tipo sólo miraba al
cielo. Yo me asusté y removí a Juli, pero ella estaba muy quieta, entonces me
di cuenta que no estaba sudando mucho como yo pensaba. Era sangre… ¡Lo que nos
cubría era sangre!
Se acerca con cautela a la pareja, dejando que la
luna menguante le guíe. Ellos no le han visto. Se introduce en la blanca piel
como en mantequilla caliente, una, dos, tres veces. La chica comienza a gemir
de otra forma, voltea su cabeza para mirarlo. No se parece a Sara, pero él no
cae en el engaño. La acaricia de nuevo con la daga y ella cae con gracia sobre
el cuerpo del amante, derrumbada sobre sudor y sangre, derrumbada por el último
embeleso. -¿Estoy soñando?
El tipo me miró y yo sabía que iba a atacarme
también. Comencé a gritar desesperado por ayuda, a gritar para que se asustara
y se fuera, a gritar por el miedo que me dominaba. Me dijo que me callara, que
lo dejara oír algo, no sé si se concentraba en la música que se oía a lo lejos,
o si había otra cosa que escuchar, yo sólo gritaba con lo que me daba la voz,
entonces se desesperó y se me tiró encima con la daga. Yo estaba en piloto
automático y me hice a un lado, pasando sobre el cuerpo ensangrentado de
Juliana, él cayó de narices en el espacio que dejé, pero se giró con rapidez y
yo me abalancé sobre él.
Siente el viento frío en la cara, pero su mente sigue
confusa. Sara dejó otra vez el mundo y yace a unos metros pero todo sigue sin
tener sentido. Mira la luna esperando una señal, intentando oír lo que el
universo quiere de él, pero el amante de Sara comienza a gritar. Las voces del
universo se aplacan. -¡Callate que no me dejás oír!- Pero el muchacho sigue
gritando. Camina hacia él con el cuchillo en la mano y se le lanza encima.
Estaba cubierta de sangre y perdí el conocimiento
por un rato. Cuando desperté todo era rojo y negro. Andrés se sostenía el
abdomen y rosas negras le crecían entre los dedos. Me levanté sintiendo fuego
en la espalda, tomé la daga del suelo cerca de sus pies ensangrentados y me
acerqué al atacante, que vomitaba al inicio del bosquecito, agachado y
recostado a una guadua. No tuve que empujarlo muy fuerte para que se cayera,
quedando de cara a las estrellas. -Sara, ¿Sos vos? Me dijo. Me arrodillé cerca
de su hombro, creo que estaba llorando. -Sara, quiero irme a casa, no aguanto más. ¡No soy
Sara!, le grité mientras le enterraba el cuchillo en la garganta una, dos y
tres veces. ¡No soy Sara!
Desesperado porque no le dejaba escuchar las voces,
se arroja sobre el amante de Sara con intención de callarlo. No entiende que
tiene que quedarse callado, ¿Cómo hacerlo entender? Cae cerca porque él se giró
de lado, y cuando lo iba a atacar, el cuchillo se quedó prendido de su
estómago. Comienza a darse cuenta de la sangre alrededor y se siente enfermo. Se
levanta y camina hacia los arbustos para vomitar, agachado, de espaldas al
sangrerío. Todo está nublado, asqueroso, insoportable. Se gira y ahí está ella –Sara,
Sarita, ¿Sos vos?