30 enero 2019

DEJA VU


Esta mañana desperté sobresaltada. He soñado algo que en estos momentos es impreciso, pero que durante el sueño tenía todo el sentido del mundo.

Le he dado vueltas todo el día desde el café de la mañana, hasta el momento del almuerzo, donde el sándwich que me he preparado no me sabe a nada. Sólo puedo sentir el sabor del sueño inquietante que aún me persigue.


Al finalizar la jornada me olvidé del asunto, y sin razón aparente resolví caminar hasta mi casa.
-Que idea la tuya, caminar con esta lluvia -Me dice mi compañera-  vas a pescar un resfrío, mujer.
Yo le sonrío sin ganas, pero no le digo nada. Tomo mi paraguas y salgo al anochecer lluvioso, caminando sin razón.

La calle vacía, el juego de luces sobre el pavimento mojado, la lluvia resonando por fuera, un palpito inesperado por dentro. No es nada bueno, eso lo sé. Me recuerda algo impreciso, inquietante.

Distingo una persona alargada en la esquina, cerca del teléfono público. Las sombras distorsionan su forma, sólo se alcanza a entrever que está envuelta en un abrigo, coronada con un sombrero. Está empapada, pero impávida espera... ¿Espera qué?... El corazón palpitante, la sensación conocida. ¿Me había sucedido antes ésto? Hago uso de toda mi reserva de calma y sangre fría y sin perder la cabeza sigo caminando. Los tacones sobre el pavimento, las luces sobre las vitrinas, la lluvia afuera, el palpito dentro.

Trato de mirar de soslayo a la persona del abrigo y el sombrero, intento no cruzarme con su mirada porque tengo miedo, porque dentro muy dentro, sé lo que voy a ver. Y no quiero.

Bajo el paraguas lo suficiente como para cubrir mi rostro sin dejar de mirarle. Un escalofrío recorre mi espalda, ¿frío o miedo? siguen resonando mis pasos sobre el pavimento mojado acercándose cada vez más hasta ser ya imposible no verle claramente, y darme cuenta de que viene a mi encuentro, lenta y pesadamente, como si me estuviera esperando.


Tiene el horror algún rostro? Eso no lo sé. Quizás no haya más horror que el encontrar tu propio rostro melancólico bajo la lluvia, que esperándote venga a tu encuentro ataviado de abrigo y sombrero empapados y con un cuchillo sangrante en la mano.

Aquí es donde despierto sobresaltada.

Frente al espejo del tocador me pregunto por ese sueño impreciso que me parece haber soñado tantas veces. En este punto del día nunca tiene sentido, pero no deja de ser algo inquietante. Nada bueno.

24 enero 2019

LA FLOR EN EL FANGO


La chica se acercó a la barra vertical, justo en frente de mi campo visual, y comenzó a bailar insinuante y cadenciosa. Era mucho más bonita que la anterior. La miré moverse con sus juveniles formas mientras el idiota que me llevó a esa pocilga me contaba no sé qué penas. Yo sólo miraba la chica, que a su vez me miraba entre salto, roce y contoneo… Un billete de alta denominación en la mano, un cruce de palabras, y lo próximo que recuerdo es su mano en mi brazo, tratando de mantener una sobria línea recta. ¿Cuánto habré bebido?

-Voy guiado por una bella flor que encontré en el fango- dije riéndome, no muy seguro de haber dicho algo. La chica me miró. Algo brillaba en sus ojos, pero puedo asegurar que no era el licor. No dijo nada, acrecentando la sensación de irrealidad que me invadía.

Una vez en su apartamento me di cuenta que no era un lugar desagradable, incluso se percibían tenues rasgos de buen gusto en el mobiliario y la decoración, bastante sencilla pero de buen ver. Un par de cuadros de un artista que no reconozco, haciendo juego con los muebles y la iluminación; generalmente no me fijo en estas cosas, pero llamó mi atención la diferencia monumental entre el estilo de esa chica y las otras de su clase que he conocido.

Un vaso con un líquido ambarino llegó a mi mano desde la suya, tan blanca y pequeña, la muchacha sonreía mientras desabrochaba mi pantalón diestramente. No identifiqué el licor que estaba bebiendo y traté de preguntarle sobre éste –Que vacié casi por completo en el primer trago- pero de mi boca no salió sonido alguno. El vaso cayó al suelo, lo sé por el sonido de cristales que escuché por encima de la música, porque ni las manos lograba sentirlas.

Justo en ese momento, como si el sonido del cristal haciéndose pedazos fuese la señal esperada, la chica abandonó la actividad emprendida a mis pies, y levantó su mirada hacia mí, tan bella, tan feroz, tan inquietante. Me empujó recostándome sobre el sofá y puso una almohada bajo mi cabeza.

Inició una sonrisa dulce, que fue modificándose poco a poco en la medida en que su mano izquierda buscaba afanosamente algo bajo el sofá donde me encontraba inmóvil. -¡A que puedo asustarte un poco! -Dijo en un rictus casi demencial, mostrándome un afilado cuchillo. Nunca antes la vi más bella.

22 enero 2019

TRAS LAS PUERTAS



Dirigiéndome una sonrisa torcida me mira otra vez y continúa golpeando con el cincel la puerta secreta del camión, donde está la carga del jefe. No le conozco tanto como para saber qué batallas cobraron su ojo izquierdo, pero sí lo suficiente para darme cuenta que es una mujer de temer y que aunque yo no entienda, parecía saber exactamente lo que hace. Aunque ya no estoy tan seguro.

La conocí hace dos semanas cuando nos asignaron la misión. Me pareció fantástica la idea de pasar tiempo en compañía de una mujer así fuese por razones de trabajo, pero a las pocas horas supe que no iba a ser como imaginaba. La chica era dura, muy dura. -Estamos en un lío, chica lista, ¿no te das cuenta? -¿Eres una nena de cinco años? Claro que me doy cuenta. Pero no tengo miedo.

Su ojo refulgente me dice que no miente. Puede haber actuado como una idiota destrozando el primer seguro, pero no siente miedo. Hay algo más en ese ojo, algo inquietante, una inteligencia feroz teñida de locura. Un escalofrío cruza mi espalda.

Sigue golpeando con el cincel. Me mira de reojo, sabe que aunque tengo miedo también tengo curiosidad. Tres días perdidos en el desierto, el camión averiado, y sin GPS ni señal de celular te dan otra perspectiva. Pero insisto. –Ya vendrán por nosotros, el jefe va a estar molesto si abres esa puerta, su contenido es de gran valor pero no valdrá más que nuestras vidas si nos descubren.

-No seas idiota, ¡Mejor ayúdame! Estamos en medio de ningún lado, nadie va a encontrarnos a menos que hagamos algo para que así sea. Este cincel está cediendo, trae la caja de herramientas, allí hay uno más resistente.
Le obedezco porque quiero impresionarla. Sudo como cerdo y tengo freído el cerebro, pero me da igual. La chica se sienta en la sombra proyectada por el camión, sin quitarme su ojo de encima. Comienzo a golpear el segundo seguro  y lo escucho.

-¡Algo se mueve dentro de esta bodega! –Digo a la chica, con más nervios de los que pretendía demostrar.
-¿También lo escuchaste? –Ahora veo en su ojo duda y temor –Es más que algo vivo, es algo que atrae… le vengo oyendo toda la noche. Me llama. –Su voz se hace más tenue y su mirada perdida. –Necesito saber lo que hay allí dentro. No necesito más motivos.

También me llama a mí. No dice mi nombre, pero me llama. Es como si fuera un imán muy poderoso y yo estuviese hecho de hierro puro. Como si algo invadiera mi cerebro empujándome tras las puertas del camión.
Rompo el segundo seguro y ya estamos más cerca del contenido de la bodega. La chica toma el cincel de mis manos adoloridas, golpeando el tercer seguro. Me siento en una roca situada a pocos metros del camión mientras la veo aporrear con furia.

-Un par de golpes más - murmura casi sin aliento. La luz de luna en su cabello, ¿en qué momento oscureció tanto? – ¡Ya casi cede!
Mientras se abre la puerta de la bodega secreta me quedo helado. No sé si la chica está riendo o gritando, sólo veo el resplandor de la bodega que llena mi campo visual. Es sobrecogedor y la chica grita más, o ríe más fuerte. Con dificultad entreabro los ojos, y la luz de mil mundos me cubre y me atrae al tiempo. Los gritos, el dolor, me llaman, ¡Me atrae! La puerta se cierra y al tiempo cesan los gritos de la chica.

Me agarro a la roca donde estuve sentado, pero lo que está allí sigue llamándome. De la mujer no hay rastro. Mis manos, como si tuvieran voluntad propia, se van aflojando y son mis propios pies los que me llevan al horror -¿al placer?- que me espera atrás de las puertas de la bodega del camión del jefe.

21 enero 2019

NOTA DE DESPEDIDA


El mundo se encuentra de cabezas. Todo lo que conozco ha cambiado, y ya nada me consuela. Voy errante en una ciudad mezquina, que me hiere con cada cambio. Yo mismo he cambiado sin decidirlo, sin proponérmelo. Es por eso que he decidido irme lejos de ti y si tengo suerte, lejos de mi.

¿Será difícil tu vida cuando me haya ido? prométeme que seguirás adelante, y que no me juzgarás con dureza. Has sido testigo de mi dolor, de mi lucha diaria. Hoy han empeorado las voces, por eso me he decidido. Mañana, no sé qué será de mi y de los que me rodean. Las voces que no callan son cada vez más fuertes que yo, y todo lo que plantean -aunque racional, visto con cierto descaro- me horroriza. Ya no tengo fuerzas para seguir siendo dueño de mis actos, con gran esfuerzo te escribo estas últimas líneas siendo yo mismo.

Dana, lo que más quiero es que algo de mí perdure en vos después de la muerte. No he sido un mal marido, tal vez no el mejor, pero has de recordarme en los buenos tiempos, cuando todo estaba bien en mi, cuando todo estaba bien entre nosotros.

Cuida a los chicos, diles que fui un buen hombre que en un mal momento recibió una maldición que le cambió para siempre. Perdona mis desaciertos, y perdona mi cobardía, pero hay cosas que deben hacerse antes de que sea demasiado tarde y no haya lamento que valga.

Pídele a la policía que busque en el refrigerador del sótano. No vayas tú, no podría soportar tu dolor. Sólo te lo digo, porque es posible que el secreto que allí reposa, permanezca mucho más tiempo oculto, y no es justo con otras personas, que de seguro también sufren. No fue mi intención. Fueron las voces. Ya no puedo más. Siempre te quise, mi preciada perlita. Se fuerte por los chicos. Adios.
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