26 noviembre 2019

Pequeña Muerte



 "No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman; pero grande, muy grande ha de ser, si matándonos nos nace."
EDUARDO GALEANO

La noche de su muerte fuimos a cenar. Se veía más frágil en persona, pero estaba radiante. El postre finalizó y ella sugirió seguir la velada. Llevarla a mi habitación secreta me pareció buena idea, pero al llegar no supe cómo actuar, Ariana iba muy de prisa. Yo desconozco el protocolo y me dejé hacer, pero no me sentía conectado con la situación. Con cualquier excusa me la quité de encima y me encerré en el baño para aclarar las ideas, humedecí mi rostro y caminé sobre las baldosas intentando encontrar una salida, pero no se me ocurría nada. Entonces los escuché.

Salí del baño y la encontré frente al espejo, con el aspecto desolado que siempre tenía en el vídeo chat. Miré su reflejo y sentí fastidio. Era una extraña en medio de mi territorio de placer, una intrusa con cara de tragedia. Los gemidos al otro lado de la pared se escuchaban más fuerte, y al fastidio se sumó un apetito conocido. Desconecté la cabeza y la llevé a la cama, concentrado sólo en la pareja vecina y en mí mismo. En medio del frenesí Ariana comenzó a hacer unos ruidos extraños. Era lo más horrible que había escuchado en la vida, no se parecía al delicado gemir que le conocía online, y estaba quitándome la inspiración.  Puse un brazo sobre su cuello, descargándole mi peso para poder callarla y escuchar mejor los gemidos del otro cuarto, cerré los ojos hasta acercarme de nuevo al éxtasis, sin dejar de embestirla.  Ya no oía los horribles sonidos de Ariana, pero pasado un momento escuché la tráquea romperse. 

— ¡Entonces confiesa haber asesinado a Ariana Contreras!

—No soy el hombre más normal del mundo, ¡pero no quise matarla! Como le dije, una mala estrella, un apetito curioso y un mal polvo, pero soy inocente.

El abogado sabía que tendría que bailar con el diablo. Estaba orgulloso de conocer la ley y torcerla lo suficiente para ganar, y mi declaración le orquestó un buen baile. Consiguió expertos que hablaron a mi favor y transformaron mi pequeña perversión en una inhabilidad mental, dejándome internado en una institución psiquiátrica de baja seguridad. Salí en año y medio al pasar las pruebas psicológicas. Fue su caso estrella, pero nunca quiso hablar sobre él a la prensa. Ariana sigue muerta y me imagino que se quedó en su cabeza sólo un par de semanas luego del juicio, pero él debe saber que va a volver como siempre vuelven las culpas, agarrándolo por el cogote cuando menos se lo espera. ¿Abogado escrupuloso? ¡Peor para él!

Mis habilidades sociales mejoraron, la terapia me ayudó.  Hoy estoy en el nuevo cuarto de placer, un lugar discreto y acondicionado de manera diferente de aquel donde murió Ariana, las paredes son gruesas porque ya no necesito gemidos ajenos. Las mujeres que conozco en el sitio especial de la web tienen sus propios apetitos, y casi siempre las puedo atar a la cama sin problema; he aprendido algunas técnicas que las acerca más su propio placer, que las acerca más a mí. Siempre les cuento la historia del juicio, les explico por qué la inocencia es algo relativo, que se lleva por dentro y se debe sentir profundamente. Al principio se figuran que es una broma y me miran entonando los ojos como esperando una risa o una seña, pero entonces añado algo a la historia, me hace sentir ingenioso y a ellas las saca de dudas. 

Tatiana, mi nueva amiga, deja el abrigo en el perchero y mira alrededor moviéndose con estudiada sensualidad. Es una chica traviesa, hemos salido un par de semanas y sus apetitos son incomparables. Pongo una copa en su mano mientras con la otra acaricio su cabello. Las cuerdas de algodón están ya dispuestas sobre la cama, hoy no utilizaremos otros accesorios. La dirijo despacio, bajándole el cierre del vestido encontrándola desnuda bajo él. Chica mala, muy mala. Se deja hacer fácilmente, y cuando está firmemente atada a los postes de la cama continúo la historia que comencé a contarle un par de días antes.

— Lo que no le dije al abogado es que el sonido del cuello rompiéndose bajo mi brazo fue simultáneo al orgasmo. Esa sensación desconocida de poseer a otra persona se transformó en el placer extremo de saberme dueño de su vida, tan frágil y blanda a mi voluntad, bajo la desnudez de mis manos. 

Al finalizar la confidencia mis invitadas se asustan, ninguna ha tenido una reacción diferente, como si siguieran un guion, y Tatiana lo sigue al dedillo. Abre los ojos y la boca con silencioso asombro, a continuación grita intuyendo el final. Yo sólo ajusto sus cuerdas y me concentro en el placer; en el momento preciso, cuando los gritos se vuelven insoportables, le planto mi brazo en el cuello acallándola, y con un crujido regresa la sensación maravillosa que descubrí con Ariana.

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